Hoy en día, la importancia de nuestra imagen en la sociedad occidental es altísima. Nos bombardean con imágenes de lo que deberíamos ser y cómo. Podemos pasar mucho tiempo cuidando de que nuestra imagen se adapte a esos cánones impuestos por la sociedad, mirándonos en el espejo, ya sea real o virtual, como en el caso de las redes sociales.
En “Tótem y Tabú” hablaba Freud del sentimiento de pertenencia, esto es algo que aparece candente en nuestra sociedad, y por tanto, en las redes sociales. De manera que existen grupos a los que unirte que comparten ideas similares a las nuestras. Como dice Freud en su texto “Tótem y Tabú”: “Kinshi, significa formar parte de una sustancia común, y en esa sustancia común está nuestro uso del ciberespacio.
necesitamos vernos reflejados para encontrar nuestra identidad, y así formarnos el reflejo que queremos que los demás vean.
Las redes sociales son un espacio en el que mostrarte, pero mostrar aquello que tú eliges, para dar cierta imagen real o no de uno mismo. Colgamos fotos de nuestra vida y en el apartado llamado “estado” lo utilizamos de diferentes formas: como espacio de reflexión, reivindicativo, para pedir consejo, para explicar cómo nos encontramos, para llamar la atención…incluso hay personas que actualiza dicho estado constantemente y cuentan hasta lo que van a comer, cómo se han duchado o lo que están haciendo en cada instante.
Pero lo realmente relevante de las redes sociales no es lo que exponga, sino cómo los demás reaccionan a los comentarios que posteamos o fotos y así poder comprobar el efecto que tenemos en los demás. Es decir, el Otro (en este caso virtual), es el que nos va a devolver la imagen de cuán guapo, listo o fuerte soy, etc.
De manera que así, la persona es el centro de la experiencia, porque lo que le lleva a invertir más tiempo en las redes sociales. Así, en esta virtualidad, la persona entraría de manera inconsciente en un juego donde el anonimato y el uso de su falso self serían de alguna forma el objeto narcisista de placer y los amigos, serían el objeto de amor.
Hablamos de ese “yo virtual” que mostramos, que no deja de ser nuestro “ideal del yo”. La formación del ideal del yo parte de la influencia crítica de los padres, a la que en el tiempo se suman educadores, maestros, y todas las otras personas del medio, incluyendo claro está, la presión social.
Esta utilización feroz del espacio virtual como extensión de nuestra realidad, se ha vuelto tanto moda como necesidad, fruto de nuestra cultura, y constituye una respuesta ante el malestar en la cultura, ya que es una forma de evasión del día a día en la que encuentras libertad para hacer y ser quien quieras ser.
Este espacio virtual provee de una pertenencia al grupo, mundo, etc y le da cierta identidad, ya que en el mundo virtual podemos fingir ser lo que se nos ocurra, y ambas personalidades coexisten al mismo tiempo: la real y la virtual, por lo que nos puede generar ciertos problemas de identidad.
Además, vivimos en la era de lo instantáneo, hoy día tenemos lo que deseamos en un solo clic. La velocidad se ha convertido en nuestra bandera. Hoy día todo conspira contra e descanso y la lentitud, que hoy representan sendos equivalentes del fracaso. Hasta el ocio se ha convertido poco a poco en una obligación inexcusable que no se puede postergar.
Tal y como apunta el psiquiatra Fernando Colina, la aceleración del tiempo nos obliga a no rendir en el deseo, a mantenerlo siempre despierto y a quejarnos como nunca de sus momentos de flaqueza, a los que llamamos “depresión”, experiencia que ha alcanzado la categoría de síntoma por excelencia en la era moderna.
Además, hoy día el deseo se vive al desnudo, cada vez la censura es menor y mucho menos en los espacios virtuales. Regalamos nuestra intimidad a personas y empresas que desconocemos.
Gracias al anonimato que proporciona el ciberespacio, se pierden los límites habitualmente seguidos. De manera que podemos dar rienda suelta a nuestro Ello, dotándole de la posibilidad de satisfacción pulsional, de descarga de tensión. Como todo se desarrolla en un universo virtual, la percepción de las posibles consecuencias de los actos se nota lejana, a tal grado que el Súper Yo puede relajarse y permitir el fortalecimiento del Ello a la par que una disolución del yo individual, a favor de una estructura de masas.
Freud, en su escrito “Psicología de las masas y análisis del yo” habla de la inhibición de lo intelectual y la intensificación de lo afectivo, lo que se pone de manifiesto también en las redes sociales, que la guía que motiva al individuo a actuar es de tipo más emocional que racional.
Además, esta necesidad casi a veces compulsiva de mantener actualizada nuestra presencia en el ciberespacio, va limitando nuestra personalidad, y también nuestra libertad, en tanto esa actualización requiere tiempo y energía física. De hecho, esta afición a las redes sociales puede llegar incluso a generar cierta sensación de “peligro” si uno decide abandonarlas, en tanto que eso implicaría nuestra desaparición del universo…del universo virtual pero que en la mente del individuo se va equiparando cada vez más al real.
Todo ello está llevando a que nuestra capacidad de frustración se vaya minimizando a pasos agigantados, ya que nos vamos acostumbrando a tenerlo todo a un “click”.
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